Alguien me dijo alguna vez que soy un incomprensivo, yo me defendi diciendo que simplemente era un tipo al que no le gustaba las vulgaridades humanas. Darío... un muy amigo.

Se me acusa de que yo me niego a ir en nada contra mí mismo

domingo, 23 de marzo de 2008

El exilio


La dictadura militar me negaba el pasaporte, como a muchos miles de uruguayos, y yo estaba condenado a pena de trámite perpetuo en el Departamento de Extranjeros de la policía de Barcelona.
¿Profesión? Escritor, escribí,
de formularios.

Aquel día, yo no daba más. Estaba harto de las colas de horas en la calle y harto de burócratas a quines ni siquiera podía verles la cara:
-Esos formularios no sirven.
-Me los dieron aquí.
-¿Cuándo?
-La semana pasada.
-Ahora hay formularios nuevos.
-¿Me los puede dar?
-No tengo.
-¿Y dónde los consigo?
-No sé. Que pase el siguiente.

Y después faltaban unos timbres, y en ningún estanco vendían esos timbres que faltaban, y yo había llevado dos fotos y eran tres, y las máquinas de sacar fotos funcionaban con monedas de veinticinco y ese día no había ni una sola moneda de veinticinco en toda la ciudad de Barcelona.

Ya estaba anocheciendo cuando por fin subí al tren, hacia mi casa de Calella de la Costa. Yo estaba reventado. Apenas me senté me quedé dormido.
Me despertó un golpecito en el hombro. Abrí los ojos y vi a un tipo estrafalario, vestido con un pijama en harapos:
-¡Pasaporte!...
El loco había cortado en pedacitos una cochina hoja de periódico, y estaba repartiendo los trocitos, de vagón en vagón, entre los pasajeros del tren:
-¡Pasaporte! ¡Pasaporte!...


Eduardo Galeano - El Libro de los Abrazos -

No hay comentarios: