Alguien me dijo alguna vez que soy un incomprensivo, yo me defendi diciendo que simplemente era un tipo al que no le gustaba las vulgaridades humanas. Darío... un muy amigo.

Se me acusa de que yo me niego a ir en nada contra mí mismo

martes, 16 de septiembre de 2008

ZAFA EL BARDO: cuando el mundo es una mierda.


Todo transcurre con un cierto ritmo, se mantiene en un equilibrio tal, que no todo está tan bien, pero no lo suficiente mal como para negativizarte.
Hasta que deja de ser así.

Hasta que de repente tu vida se satura. El azúcar ya no se diluye más en el agua.
Todo se junta en un mismo espacio-tiempo para complicar tu –en ese momento- frágil existencia.

Todo. De repente empiezan los parciales y prácticos en la facultad. Tu laburo se complica. Tus amigos o seres cercanos se cuelgan. Tus proyectos se caen. Tus planes se echan a perder. Te vienen todas las cuentas más altas. Todo el mundo tiene algo que tirarte en cara. Cada foco de tu casa se quema o el gas termina. El perro de tu vecino concreta largas maratones nocturnas de ladridos. Te sale fuegos en la boca o la muela del juicio, tan oportuna. O simples seres ínfimos, como mosquitos en la noche, te hacen la vida imposible.

Todo. Todo junto. Y se completa con el hecho de que parece que todos a tu alrededor están igual, y te transmiten todo su cosmos de energías negativas (como si no alcanzara con el tuyo propio).

Y soportás. Cada día en esa semana tiene como fin último llegar a la noche, algo cuerdo aunque sea. Y los días son lentos. Las horas no te alcanzan. Tu cotidianeidad se empecina en golpearte con cada simple situación. Pero la semana no termina aún, ‘tenés que seguir’ te decís.

Hasta que, como debía pasar, como sabías que pasaría, llegás a tu límite. Ese límite siniestro donde todo deja de tener sentido. Un limbo negro que evita que puedas tranquilizarte. Dimensión sombría donde todos te irritan, incluso vos mismo lo hacés. Todo se transforma en trágico, o simplemente enloquece ¿o sos vos? Justo ahí es donde exclamás: “el mundo es una mierda!”. Y en ese momento tenés todo los argumentos para justificar tu enunciado.

Ese es el clímax de esa colmada existencia. Después de eso, las cosas simplemente no empeoran. O mejoran, o te dejan de importar, lo que evita que te sigas complicando y preocupando por todo aquello.

Te calmás. Decidís dormir bien. Y de repente descubrís que el mundo no era tan cruel, es el mismo de siempre, solamente que vos te estuviste aferrando a cuanta negatividad te rodeara como si fuera tu bandera de lucha. Cuando lo reflexionás, solamente atinás a sonreírte, o reírte capáz. Fue duro. Pero te sentís orgulloso de haber ‘sobrevivido’.

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