Alguien me dijo alguna vez que soy un incomprensivo, yo me defendi diciendo que simplemente era un tipo al que no le gustaba las vulgaridades humanas. Darío... un muy amigo.

Se me acusa de que yo me niego a ir en nada contra mí mismo

miércoles, 4 de marzo de 2009

UN LIBRO Y SU DOLOR

Acostumbrados a una vida que nos lleva a los tumbos, donde siempre estamos corriendo, apurados por llegar o huyendo, donde el tiempo no es una categoría real, sino mental, y le tememos… simplemente olvidamos -o ni siquiera se nos ocurre- detenernos a contemplar alguna pequeña cosa simple.
Podría haber sido un mínimo acontecimiento más de ese día. Podríamos no haberle dado una pizca de importancia, y nada hubiera sucedido. Sin embargo, todo lo que percibimos, lo que aprehendemos son signos. Aquello que hallamos decía por si mismo miles de cosas.
Un día ‘común’. Lo era, hasta que tropezamos con un libro. Pero no cualquier libro, era el “Nombre de la Rosa” de Umberto Eco, todo destruido dentro de un basurero. Nuestro amor por la literatura no nos permitió ser indiferente al hecho, y automáticamente lo sacamos de los residuos. Era conmovedor –o escalofriante- encontrarlo con las hojas rasgadas, capítulos enteros a punto de salir de la encuadernación, manchado de verde, producto de la yerba de algún mate usado.
El libro tenía una dedicatoria, la terrible caligrafía no nos permitió entender el nombre, pero supimos que perteneció a una mujer.
Ese libro que, cual árbol en otoño, se estaba deshojando nos trazaba una historia que desembocaba en dolor. Profundo dolor. ¿Qué traición o desengaño puede causar la destrucción –esa aniquilación - de semejante libro? ¿Cuál es la terrible pena que narra Eco en ese libro, y sólo en ese? ¿Es ese el llanto de un alma que se desintegra en la tristeza? ¿Es ese libro el suicidio de una historia que se nutre de la aflicción? ¿O es el asesinato de los recuerdos que atormentan a ese ser?
Cada hoja arrancada la sentíamos como una apuñalada, dirigida al dolor, dirigida al causante. Cada palabra que se desgarraba al medio era una lágrima que corría por alguna mejilla, ahogando una –posible- felicidad, que simplemente ya no era, que moría en la asfixia del llanto.

Entendí que los libros no solamente significan por lo que dicen, sino también por lo que representan. Pero no solo los libros. ¿Qué historias nos contarían las cosas, los recuerdos, los sujetos, si solamente supiéramos escucharlos?

1 comentario:

Maruh dijo...

El texto me recuerda a algo que me paso una vez, hace AÑOS, una tarde que me encontré con fotos viejas, rotas.
Y por curiosa, las junté, y las encerré en un cajón.
Hace unas semanas, me puse a unirlas con cinta 'scotch' y pude leer lo que estaba escrito detrás de una: era como una postal y contaba lo que estaba haciendo el remitente en un curso de aviación, en Reconquista -sta fe-.

Buscando en internet (bendita sea a veces!) pude sacar el nombre del que escribía, como alumno egresado de ese curso.Pero no sé quien es el "Jorge" que recibía la postal.

En fin, tampoco sé porqué rompieron con tanta bronca esas fotos; al unirlas encontré muchas fotos en blanco y negro de aviones y de ciudades del país -postales, sin nada escrito-. También fotos en colores, de una chica y un auto, en lo que parecia ser un arroyo.


Bueno, nos vemos por ahi :)
Suerte!