Horas antes de subirme al avión había visto por TV a la madre del chico que trompeó a su maestra. La estructura de la frase que cifraba su defensa había quedado repicando en mi cabeza: Mi hijo no hizo nada malo, decía la mujer, lo único que hizo fue agarrarla a patadas. Una frase compuesta por dos partes inequívocas (mi hijo no hizo nada, mi hijo la agarró a patadas), conectadas por el tejido de la expresión lo único, sinónimo aquí de tan sólo, de apenas, una modalidad conjuntiva que minimiza la acción descripta a continuación. “Agarrarla a patadas” equivaldría así a “nada”, o “nada malo”, es decir, literalmente: a lo bueno.
No pretendo cargarle a la mujer más cruces de las que ya lleva, ni acusarla de haber faltado a la ética de manera consciente. Creo, más bien, que el hilo más delgado de la trama social transparenta en público prácticas que entiende santificadas. O para ponerlo en criollo: que la señora repitió argumentos que oyó en bocas calificadas, a través de medios prestigiosos, coronados por el aplauso de la opinión pública. Si esta mujer vive oyendo a tanta gente “respetable” articular parecidas defensas y salir bien parada, ¿qué le impedía agarrar la batuta y probar suerte con la orquesta?
Si el lenguaje es ética, la negación de la ética debería quedar escrita en el lenguaje, por el lenguaje. ¿Qué ocurriría si tratásemos de transmitir experiencias de los últimos años mediante la estructura de la frase mentada? Por ejemplo: no decimos que los militares estén haciendo bien, “lo único” que decimos es que algo habrán hecho (los desaparecidos). O también: no decimos que sea correcto realizar este Mundial, “lo único” que decimos es que es lícito celebrar el deporte. (¿A nadie se le ocurrió que la negativa de tantos argentinos a boicotear las Olimpíadas chinas puede ser una velada defensa del Mundial ’78?) O también: está claro que el uno a uno destruirá nuestra industria, “lo único” que decimos es que viajar a Miami es tan lindo... O también: no decimos que los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA no sean una cosa grave, “lo único” que decimos es que en esencia es un problema de los judíos.
La esquizofrenia que trasuntan estas frases, con sus segundas partes negando el sentido de las primeras, es grave. El uso tan falaz como consentido de estas estructuras no hace otra cosa que subrayar lo inapelable –lo orwellianamente obvio– del comentario de Fati: el lenguaje es ética, por consiguiente la falta de ética hace inevitable violar el lenguaje. Despojarlo de sentido, convertirlo en cháchara, en hojarasca que ya no interpela –en lengua muerta.
Para sanar el lenguaje habría que empezar por remover la partícula “lo único” de esta clase de razonamientos, y reemplazarla por aquella que constituye su verdadero, oculto sentido: “lo terrible”. Por ejemplo: no importa que digamos que nadie quiere un Estado fascista, “lo terrible” es que en efecto pidamos más policías en cada calle y represión para los pobres. O también: no importa que digamos que no es nuestra intención desestabilizar, “lo terrible” es que tratemos en los hechos de desabastecer al país entero, empezando por aquellas capas sociales que no tienen el freezer lleno de lomo, ojo de bife y colita de cuadril.
El lenguaje de los argentinos también fue secuestrado, torturado y desaparecido. (Los viejos slogans también se aplicarían al lenguaje. Aparición con vida. Con vida lo llevaron, con vida lo queremos.) En este incipiente siglo XXI, como en los años ’70, la clase media que se pretende ilustrada desempeñó un papel clave en el crimen, en carácter de cómplice, por acción u omisión. Hasta que no rescatemos nuestro lenguaje de la boca de los políticos que dicen para ocultar, de los noteros que banalizan todo lo que pronuncian y de la “gente” que sólo habla para expresar odio, racismo y machismo, nada cambiará verdaderamente. Necesitamos reconquistar nuestro lenguaje, devolverle su sentido ético originario. Reaprender lo obvio: a es a, b es b. Sí sí, no no. Para poder pronunciar las palabras prohibidas: vos, los otros, nosotros. (La civilización de la que habla Orwell, que no es Sarmiento, es una que incluye en vez de excluir.) Y recuperar las postergadas, empezando por el perdón que tantos callan desde hace tiempo y cuyo silencio sigue siendo cifra de nuestro pecado original.
* Escritor. Su último libro es El año que viví en peligro.
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Fuente: Página12