Alguien me dijo alguna vez que soy un incomprensivo, yo me defendi diciendo que simplemente era un tipo al que no le gustaba las vulgaridades humanas. Darío... un muy amigo.

Se me acusa de que yo me niego a ir en nada contra mí mismo

miércoles, 15 de agosto de 2007

TU DESTINO ES EL DE MORIR DE AMOR

Tus ojos brillan
En la inmensidad
Viento
Diosa luz
Dios piel
Hijo sol
Me encantaría
Oírte cantar
Fantástica
Es tu manera
Pues tu destino
Es el de morir de amor.

Spinetta y la banda
-Obras 1978-



Tus ojos brillan en la inmensidad, como el crepúsculo que te vio nacer un trece de agosto. Un viento te sopló y transformó tu cuerpo en duende. Un duende rojo que iluminó al amor en pasión, y la pasión en sentimiento. Un sentimiento que es sólo posible a través del desencuentro.
Desde ahí el amor no será lo mismo; será pues un sentimiento de encantamiento, algo fuera de lo real, irracional, una quimera del amor que se hace posible en el pensamiento, inconsciente, y cuando se vuelve consciente, cuando se torna corporal, su áurea desaparece.
Nunca más el amor de los hombres será igual. Solo el duende rojo puede encantar y desencantar al amor a su libre albedrío. Sin embargo, hoy el mundo pesimista no cree en la felicidad, única forma de desencantar la abstracción del encanto de ese duende.
Pero cuidado. Si el mundo descubre de dónde proviene la felicidad, el destino del duende rojo desaparecerá. Su destino será el de morir de amor.

Quizá por eso Cintia continúa en el universo. Para oírla cantar, encantada; para ver su fantástica luz; para ver la manera en que ella se ríe y llora. Pues su destino sigue siendo el de morir de amor.

Por Miguel Nieves


MUCHAS FELICIDADES DUENDECITO.
MUY FELIZ CUMPLEAÑOS.
DE VERDAD, TE QUEREMOS MUCHO CHIQUITA.

domingo, 12 de agosto de 2007

MEMORIAS DEL GORDO

Son pocas las veces que la Terminal de Ómnibus se sobrecarga de tal manera de jóvenes. Y no sólo que cientos de ellos por doquier, sino que todos con un mismo destino: el recital de Divididos en Apóstoles.
Los colectivos iban partiendo desbordados, desde afuera se veían manos, caras y espaldas aplastadas contra los vidrios. Adentro, amontonados como gorgojos dentro de un frasco, los pibes buscando donde ubicarse, muchos desilusionados ante la frustración de encontrarse con su lugar ya ocupado, otros con muchos, muchos minutos de espera dentro del colectivo (pero sentados), en el fondo gritos, risas y burlas ante la sorpresa de tener pasajes con asientos que ni siquiera existían. ¿Qué importaba? Nos íbamos a escuchar a Divididos.
“¡He loco! ¡Pónganle onda! ¡… es Divididos la puta que lo parió!” gritaban desde el centro del vehículo unos pibes con acento porteño, mientras, sin siquiera salir aun de la ruta ya estaban encendiendo el primer faso. “Alguien quiere coca?!, Qué hago con esta botella?! Chofer! Donde está el baño de este colectivo?!” se le oía “al gordo” gritar entre risas desde el mismo sitio donde estaban los otros, que parecían tener el ánimo y excitación de todos los del colectivo juntos, potenciado por diez. “Luca no se murió, Luca no se murió…” apagando lo que quedaba de faso ante los reproches del guarda. Evidentemente, no lo habían tomado muy enserio, porque ni bien éste logró llegar al frente del ómnibus, ya estaban encendiendo el siguiente.
Desde mi lugar, sentada –por suerte- en uno de los primeros asientos, podía ver todo. Era una situación muy peculiar. Muchos cuerpos, muy poco espacio. Entre risas, cantos, muchos gritos y una nube de marihuana que nos colocaba a todos como dentro de una cápsula, ajena al resto del mundo, alguien se movía abriendo paso entre la multitud. El pasillo era sumamente estrecho para tanta gente, y encima alguien deslizándose por él, queriendo llegar al chofer. Con su remera de “Ramones”, cabellos oscuros cortados en forma de cresta, un par de aros y algo de cien kilos, se acercó “el Gordo” hacia el extremo del colectivo donde me encontraba. A pesar de una apariencia que en teoría debería inspirar respeto, hasta miedo, era simpático. Sus chistes y burlas se oían en todo el colectivo. “Chofer! Donde está el baño de este colectivo?”, “No tiene? Como no va a haber baño!!?”, “He loco, tengo que ir al baño!, pará un poco el bondi loco!”. El chofer le reprochó que no se podía detener, no habíamos llegado ni a la Garita; y ante las insistencias del gordo le prometió detenerse allí. Desde el fondo, los amigos (o se conocieron ahí mismo?) gritaban preguntando por el gordo; entre risas me miraron y dijeron “No viste a un gordo con cara de degenerado por ahí?”. Después de señalarlo, lo escuché decir “Ahí hay una estación de servicio!, Pará, dale, no seas forro! No en la garita, ahí en la estación!”. Muy enojado el chofer se detuvo, el gordo antes de pegarse un pique –tan veloz como si un ejército lo persiguiera- prometió no tardar. Los minutos que el chofer accedió a esperarlo fueron tensos, el centenar de personas dentro del micro no estaba muy de acuerdo en andar esperando por alguien que ni conocían. El colectivo arrancó sorpresivamente, dejando en el baño al gordo.
Los porteños estallaron en gritos “chofer puto! No seas forro! No dejes al gordo!!”. Pero ya era tarde. El colectivo no se detendría. El resto del viaje fue dedicado a la memoria del gordo, recordándole con chistes y canciones…

“Cuando un gordo se va
Queda un espacio vacío…”

Por Andy

Fotografías tomadas por Pato Delgado en el recital de Divididos en Apóstoles el 4 de agosto.




viernes, 3 de agosto de 2007

DOS DIMENSIONES, UN UMBRAL

El dulce sonido del viento me llama desde algún rincón.
Como un imán me atrae. Siento sus caricias recorrer mi cuerpo.
Sigo el llamado del viento. Me lleva hasta el umbral.
Abajo está la razón, al otro lado el viento y yo.
Me eleva en la inmensidad y con un impulso ahí estoy.
Puedo sentir su esencia, su fuerza. No lo puedo ver pero su presencia está.
Quiere jugar conmigo. Quedo suspendida sobre el umbral.
Pequeñas vibraciones entran por mi mano, por mis dedos, que me empiezan a movilizar.
El viento del río y su armonía me permiten entrar de lleno a esa otra dimensión.
Sujetarme con las piernas, tener la sangre en la cabeza, sentir su delicadeza recorriéndome.
Me deja ser un ángel y elevarme un poco más.
Me susurra en el oído su dulce melodía, dejando en mi boca sabor a miel.
Dice que la humanidad acelerada no lo siente, sólo lo usa para sobrevivir.
Nadie se detiene a escuchar su canción sin fin.
Como ágiles gacelas avanzan sin poder llegar al umbral de la dimensión sónica, donde el sentir es lo primordial.
Parada en lo alto puedo ver todo, hasta los sueños, ya todos, que lo perciben como un frío atardecer, un escalofrío, un zumbido, solo viento.
Yo por unos minutos lo sentí, escuché sus palabras, lo seguí y me desconectó.
Siento su cálida brisa, doy una voltereta.
El viento juega conmigo, como lo hace con las hojas secas en otoño.
Pero la dulce melodía se distorsiona en el aire, la suavidad se desvanece, las caricias ya no se sienten.
El viento paró. Y el ángel que sentí ser en algún momento, del umbral cayó.
Otra vez volver a la misma dimensión.

Por Pame -un duende azul-