Son pocas las veces que la Terminal de Ómnibus se sobrecarga de tal manera de jóvenes. Y no sólo que cientos de ellos por doquier, sino que todos con un mismo destino: el recital de Divididos en Apóstoles.
Los colectivos iban partiendo desbordados, desde afuera se veían manos, caras y espaldas aplastadas contra los vidrios. Adentro, amontonados como gorgojos dentro de un frasco, los pibes buscando donde ubicarse, muchos desilusionados ante la frustración de encontrarse con su lugar ya ocupado, otros con muchos, muchos minutos de espera dentro del colectivo (pero sentados), en el fondo gritos, risas y burlas ante la sorpresa de tener pasajes con asientos que ni siquiera existían. ¿Qué importaba? Nos íbamos a escuchar a Divididos.
“¡He loco! ¡Pónganle onda! ¡… es Divididos la puta que lo parió!” gritaban desde el centro del vehículo unos pibes con acento porteño, mientras, sin siquiera salir aun de la ruta ya estaban encendiendo el primer faso. “Alguien quiere coca?!, Qué hago con esta botella?! Chofer! Donde está el baño de este colectivo?!” se le oía “al gordo” gritar entre risas desde el mismo sitio donde estaban los otros, que parecían tener el ánimo y excitación de todos los del colectivo juntos, potenciado por diez. “Luca no se murió, Luca no se murió…” apagando lo que quedaba de faso ante los reproches del guarda. Evidentemente, no lo habían tomado muy enserio, porque ni bien éste logró llegar al frente del ómnibus, ya estaban encendiendo el siguiente.
Desde mi lugar, sentada –por suerte- en uno de los primeros asientos, podía ver todo. Era una situación muy peculiar. Muchos cuerpos, muy poco espacio. Entre risas, cantos, muchos gritos y una nube de marihuana que nos colocaba a todos como dentro de una cápsula, ajena al resto del mundo, alguien se movía abriendo paso entre la multitud. El pasillo era sumamente estrecho para tanta gente, y encima alguien deslizándose por él, queriendo llegar al chofer. Con su remera de “Ramones”, cabellos oscuros cortados en forma de cresta, un par de aros y algo de cien kilos, se acercó “el Gordo” hacia el extremo del colectivo donde me encontraba. A pesar de una apariencia que en teoría debería inspirar respeto, hasta miedo, era simpático. Sus chistes y burlas se oían en todo el colectivo. “Chofer! Donde está el baño de este colectivo?”, “No tiene? Como no va a haber baño!!?”, “He loco, tengo que ir al baño!, pará un poco el bondi loco!”. El chofer le reprochó que no se podía detener, no habíamos llegado ni a la Garita; y ante las insistencias del gordo le prometió detenerse allí. Desde el fondo, los amigos (o se conocieron ahí mismo?) gritaban preguntando por el gordo; entre risas me miraron y dijeron “No viste a un gordo con cara de degenerado por ahí?”. Después de señalarlo, lo escuché decir “Ahí hay una estación de servicio!, Pará, dale, no seas forro! No en la garita, ahí en la estación!”. Muy enojado el chofer se detuvo, el gordo antes de pegarse un pique –tan veloz como si un ejército lo persiguiera- prometió no tardar. Los minutos que el chofer accedió a esperarlo fueron tensos, el centenar de personas dentro del micro no estaba muy de acuerdo en andar esperando por alguien que ni conocían. El colectivo arrancó sorpresivamente, dejando en el baño al gordo.
Los porteños estallaron en gritos “chofer puto! No seas forro! No dejes al gordo!!”. Pero ya era tarde. El colectivo no se detendría. El resto del viaje fue dedicado a la memoria del gordo, recordándole con chistes y canciones…
“Cuando un gordo se va
Queda un espacio vacío…”
Por Andy
Fotografías tomadas por Pato Delgado en el recital de Divididos en Apóstoles el 4 de agosto.